Aquel muro escondía un crimen. Un crimen pasional silenciado entre cuatro paredes. Pero ellas lo sabían. Y no hicieron falta palabras para darse cuenta de que ese secreto que no querían mencionar las mantendría unidas de la misma manera que algo las unió cuando empezaron a escribir esta historia. Una mirada entre madre e hija bastó para sellar su complicidad.
Y aunque el silencio se hace fuerte, más fuertes
fueron los gritos que el palacio dejaba escuchar tras sus paredes. Los gritos
de un cadáver seguido de su séquito de cucarachas que, cada noche, campaba a
sus anchas a diestro y siniestro. Era la maldición de los amantes.