jueves, 9 de mayo de 2013

La princesa XIX: Los sonidos del castillo


Opus 33 en si menor guardaba entre sus notas un oscuro mensaje. Las dudas asaltaban a la princesa, que no entendía la importancia de esos papeles escondidos tan concienzudamente en las habitaciones más olvidadas de palacio. La obra no estaba firmada, pero había sido manuscrita con suma dedicación. Las figuras bien parecían cucarachas bailando sobre el papel, y las líneas delimitaban los compases tan perfectamente que recordaban a los antiguos planos arquitectónicos dibujados con tiralíneas.


La princesa desempolvó su oboe, que tantos meses había guardado silencio en el cajón, y comenzó a interpretar la pieza. Pero, a pesar de la perfección de su escritura, su música resultaba hipnótica, somnífera. Hasta cierto punto, mareaba. Descifrar esos pentagramas produjo en la princesa una náusea incontrolada.

¡Eso es! ¡La partitura misma era el plano de la casa! Bajo los pentagramas se intuían las indicaciones. Aquel mapa del castillo confesaba las peores sospechas de la princesa: tras los muros, se escondía una habitación oculta. Allí, ya no cabía duda, debía encontrarse el desdichado amante descuartizado.

Por primera vez en mucho tiempo, la princesa se sentía en calma. Ya no temía descubrir el terrible secreto. Ya lo había descubierto. Leía la partitura satisfecha, haciéndola parte de sí misma, recordando la mirada astuta de su madre, que siempre supo cómo meterle pájaros en la cabeza. Y, mientras leía su melodía, saboreaba cada detalle para hacerlo suyo.

Tenía la respuesta a la pregunta que tanto tiempo había estado intentándose ocultar. Ella era la respuesta.

Se hizo fuerte, cogió los papeles, se sentó frente al muro y dejó que las notas sonaran de nuevo libremente, haciendo una llamada a la muerte; mientras la casa cobraba vida y se removía al son de aquellos acordes que dibujaban su historia escondida.

Eva

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