El viaje se hizo largo, pero el tiempo que tardó en
prepararlo fue muy corto. Cuando llegó a
palacio, la princesa yacía en sus aposentos esperando una caricia de su madre.
Como en otras ocasiones su rostro sonrojado reflejaba una fiebre, pero en este
momento parecía sospechosamente rara... ¿Era el frío que penetró en su mente al
ver la grieta en la pared? o ¿Era el sofocón de percibir al amante
descuartizado entre los muros?
Su amado no pudo ayudarla, no comprendía ese rubor en las mejillas que ahora ardía a borbotones en su rostro. La reina la apaciguó con unos paños fríos, pronto las dos rieron juntas y sus miradas cruzaron el secreto de su aventura.
Para reconfortar a la princesa, la reina preparó
una suculenta comida de carne de jabalí, cazado en los pinares segovianos, y el
rey lo quiso acompañar con un buen vino de la Ribera del Duero.
A mediodía, mientras fregaba deprisa, tan
deprisa para no aburrirse, vio en el desagüe cómo sus dedos quedaban atrapados,
instantes más tarde su mano quedó aferrada para dejar medio brazo apresado en
el interior del fregadero. Así descubrió cómo el arquitecto de la casa había colocado aquel artilugio en el interior de la pila para deshacerse de su amante. Y así, trocito a trocito pudo esconderle tras el espejo.
Aquella tarde la princesa manca detenía su mirada entre los
platos sucios. Nunca el terror le fue propicio, siempre quiso ser valiente,
pero aquellos trozos de carne salpicando de sangre los vasos sucios, le
brindaron una mueca de incertidumbre, que
podrían parecer un resto de un buen vino.
¡Salud!, brindaron en
familia con el vino traído de Peñafiel, pueblo cercano a la mansión de los
reyes. Las mujeres alegres rieron a
carcajadas ese sueño desorbitado, mientras bebían; sus amantes no percibieron nada de aquel
miedo y les invitaron a ellos a que fregaran los restos de la vajilla que aún
quedaba ensangrentada. La princesa y la reina se fueron al jardín, al lado del
río, no quisieron acercarse al mar, no sea que una fuerte ola les hiciera soñar
cualquier improperio. Los dos amantes fregaron sus copas sin ver nada más que
un pequeño resto de vino y un sencillo triturador en el fregadero.
Madre e hija
disfrutaron en los jardines y volvieron a palacio con un aire fresco, que ya no
reflejaba nada de aquel sueño, pero al pasar de refilón por la cocina,
imaginaron colocar las copas de vino en la alacena ¿Quién de ellas secaría las
gotas de agua? La reina decidió dejar esa tarea y que el propio ambiente
nocturno oreara las copas.
¡Hasta mañana princesa!
Aquella noche la humedad del mar cercano envolvía su dormitorio y el
olor a moho también acompañaba al muerto que ellas percibían muy cercano.
Enloquecida buscaba en
una de las mazmorras de palacio las escrituras y allí aparecieron unas
partituras ensangrentadas: Opus 33 en si menor para piano y oboe. Algo que los
amantes no habían pensado. Comenzaron a descifrar la partitura y aquel sonido
que en principio parecía rechinar,
pronto se convirtió en una melodía atrayente, en el que todo el séquito
de cucarachas se puso en forma, portando cada una de ellas entre sus patas las
notas de la melodía. Las que transportaban
las corcheas eran más pequeñas y juguetonas, las blancas eran
trasladadas con las patas traseras de
las cucarachas más viejas y oscuras y
las notas negras pendían de las patas de atrás de las
peri planetas más rojizas y delgadas. Todas ellas adornaban una partitura difícil de descifrar,
de tal forma que mantuvo a los amantes
muchos días escudriñando la obra.
Probablemente hoy tu
despertar sea lento y te recuerde
aquellos amaneceres torpes de la adolescencia cuando fuiste nombrada
princesa, pero hoy no recibirás tus buenos días, porque el viaje de retorno
está preparado, los caballos están esperándome. Siento no poder ayudarte cada
mañana, pero algún día te contaré de dónde viene tu rango y comprenderás mi
ausencia. Tu madre, tampoco es “una reina al uso”.
Mamá
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