miércoles, 17 de abril de 2013

La princesa XVIII: El viaje



El viaje se  hizo largo, pero el tiempo que tardó en prepararlo fue muy corto. Cuando llegó  a palacio, la princesa yacía en sus aposentos esperando una caricia de su madre. Como en otras ocasiones su rostro sonrojado reflejaba una fiebre, pero en este momento parecía sospechosamente rara... ¿Era el frío que penetró en su mente al ver la grieta en la pared? o ¿Era el sofocón de percibir al amante descuartizado entre los muros?  

Su amado no pudo ayudarla, no comprendía ese rubor en las mejillas que ahora ardía a borbotones en su rostro. La reina la apaciguó con unos paños fríos,  pronto las dos rieron juntas y sus miradas cruzaron el secreto de su aventura. 


Para  reconfortar a la princesa, la reina preparó una suculenta comida de carne de jabalí, cazado en los pinares segovianos, y el rey lo quiso acompañar con un buen vino de la Ribera del Duero.
A  mediodía, mientras fregaba deprisa, tan deprisa para no aburrirse, vio en el desagüe cómo sus dedos quedaban atrapados, instantes más tarde su mano quedó aferrada para dejar medio brazo apresado en el interior del fregadero. 


Así descubrió cómo el arquitecto de la casa había colocado aquel artilugio en el  interior de la pila para deshacerse de su amante. Y así, trocito a trocito pudo esconderle tras el espejo.

Aquella tarde  la princesa manca detenía su mirada entre los platos sucios. Nunca el terror le fue propicio, siempre quiso ser valiente, pero aquellos trozos de carne salpicando de sangre los vasos sucios, le brindaron una mueca de incertidumbre, que  podrían parecer un resto de un buen vino.

¡Salud!, brindaron en familia con el vino traído de Peñafiel, pueblo cercano a la mansión de los reyes. Las mujeres alegres  rieron a carcajadas ese sueño desorbitado, mientras bebían;  sus amantes no percibieron nada de aquel miedo y les invitaron a ellos a que fregaran los restos de la vajilla que aún quedaba ensangrentada. La princesa y la reina se fueron al jardín, al lado del río, no quisieron acercarse al mar, no sea que una fuerte ola les hiciera soñar cualquier improperio. Los dos amantes fregaron sus copas sin ver nada más que un pequeño resto de vino y un sencillo triturador en el fregadero.

Madre e hija disfrutaron en los jardines y volvieron a palacio con un aire fresco, que ya no reflejaba nada de aquel sueño, pero al pasar de refilón por la cocina, imaginaron colocar las copas de vino en la alacena ¿Quién de ellas secaría las gotas de agua? La reina decidió dejar esa tarea y que el propio ambiente nocturno oreara las copas.

¡Hasta mañana princesa!  Aquella noche la humedad del mar cercano envolvía su dormitorio y el olor a moho también acompañaba al muerto que ellas percibían muy cercano.

Enloquecida buscaba en una de las mazmorras de palacio las escrituras y allí aparecieron unas partituras ensangrentadas: Opus 33 en si menor para piano y oboe. Algo que los amantes no habían pensado. Comenzaron a descifrar la partitura y aquel sonido que en principio parecía rechinar,  pronto se convirtió en una melodía atrayente, en el que todo el séquito de cucarachas se puso en forma, portando cada una de ellas entre sus patas las notas de la melodía. Las que transportaban  las corcheas eran más pequeñas y juguetonas, las blancas eran trasladadas  con las patas traseras de las cucarachas más viejas y oscuras  y las notas negras pendían de las patas de atrás de  las  peri planetas más rojizas y delgadas. Todas ellas  adornaban una partitura difícil de descifrar, de tal forma  que mantuvo a los amantes muchos días escudriñando la obra.

Probablemente hoy tu despertar sea lento y te recuerde  aquellos amaneceres torpes de la adolescencia cuando fuiste nombrada princesa, pero hoy no recibirás tus buenos días, porque el viaje de retorno está preparado, los caballos están esperándome. Siento no poder ayudarte cada mañana, pero algún día te contaré de dónde viene tu rango y comprenderás mi ausencia. Tu madre, tampoco es “una reina al uso”.


Mamá

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