jueves, 4 de abril de 2013

La princesa XVII: La tormenta



Me desperté sobresaltada. Un fuerte viento aullaba tras las ventanas y unos golpes secos, insistentes, retumbaban tras el muro de la muerte. Alguien tras la pared parecía estar pidiendo auxilio. 
Yo sabía que algún día ocurriría: el muerto, el fantasma de mi castillo, se había despertado.
Me levanté agitada y, corriendo, empecé a buscar desesperadamente las escrituras de aquella casa. Necesitaba resolver el misterio.


Revolvía papeles mientras los truenos rugían augurando una tormenta demasiado larga. Buscaba y volvía a buscar, pero no había ni rastro. Alguien se había preocupado anteriormente de ocultar cualquier pista que pudiera llevar a descubrir el secreto que aquel palacio ahogaba silenciosamente en sus entrañas.

La reina bien intuyó que, tras la calma, siempre llega de nuevo la tormenta. Mi mente revivía aquel sueño envuelto en sangre que presagiaba el fatídico secreto y los golpes tras el espejo, vívidos, parecían cada vez más reales. No conseguía creer que el juego al que habíamos estado jugando inocentemente madre e hija pudiera convertirse en realidad.

Desesperada, palpaba la pared intentando descifrar su mensaje, la golpeaba deseando comunicarme… Es entonces cuando comencé a intuir unas grietas que, sinuosamente, atravesaban el muro de arriba abajo. El muro parecía querer abrirse ante mí.

Cuando el agotamiento y el sudor provocados por el delirio consiguieron derrotarme, terminé cayendo rendida sobre el colchón, desde donde miraba de reojo la pared maldita. Mis párpados terminaron por ganar la batalla y mi cuerpo, entumecido, acabó descansando al arrullo de la música del viento.

A la mañana siguiente, cogí el teléfono y marqué casi automáticamente.

-   - Mamá, tienes que venir a verme. Estoy enferma.

Eva



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