martes, 19 de febrero de 2013

La princesa XIV: Bocetos


Un pintor dibujó mi rostro a pastel, con suaves colores. El dibujo viajó entre varias manos y estuvo perdido durante largo tiempo. Años más tarde apareció guardado delicadamente, entre cosas de familia; ahora casi convertido en boceto, sus trazos se intuyen casi difuminados en el papel. 
  
Y aquel cuadro que nunca fue firmado por el artista cobró una belleza inimaginable y se alojó en la habitación de la princesa. En frente de su lecho el rostro de su madre la miraba cada noche. Ambas miradas se enredaban en el boceto, incluso ellas llegaron a confundir sus propios rostros. ¿Quién era ella? ¿Y quién era ella? Así fue como la madre, a modo de espejo, colocó el retrato en su morada. 

Ahora que la princesa tiene un espejo en sus aposentos, lo mira y lo remira buscando su rostro e intuyendo el del amante muerto que tras él dormita. Un gran estruendo y un escalofrío le recorren todo su cuerpo. Quizás por eso su madre quiso ponerle un boceto de su rostro, para que nunca cambiara, para que nunca creciera. Porque a las madres no les gusta que sus hijos crezcan tan deprisa. Un rostro que siempre te mire y que permanezca inmutable con el tiempo. Eso creyó, pero el rostro del cuadro fue transformándose sutilmente, a veces se veía en él una bella joven, otras,  una mujer perdida. Por eso el pintor nunca quiso firmar aquel  retrato, porque delataba en él varias caras, alguna de ellas incierta.

Lástima que la pubertad  fluyera tan deprisa y su niñez se escapara con unos pómulos sonrojados. El rubor de sus labios y de sus mejillas anunció una incipiente adolescencia y el doctor confirmó el hecho antes de que su cuerpo se tiñera de rojo.

Como un boceto, así pasan muchos días tras el espejo. No siempre se puede dibujar una figura y traspasarla como en el cuento. No tengas prisa en ser reina. ¡Ay, mi niña cuantos días pasan sin dibujar nada!, ¡cuántos días insulsos te invadirán, sin decir  ni hacer nada de provecho!, hasta las plantas se duermen y mirarás al jardín árido como si nunca más volviera a florecer. Ten los ojos abiertos ante el espejo, porque éste también te engaña, te transfigura, y te traslada a otro  universo. Por eso siempre tienes que tener tus cucarachas escondidas, tu cactus ardiente y tus labios sonrosados por la música.

No vayas tan deprisa, no quiero que veas tu rostro malogrado en el espejo, quiero que seas libre para dibujar bocetos, que éstos te sirvan para ser tu misma, no des por definitivo ningún dibujo. Una madre no quiere que su niña crezca tan deprisa, le da miedo que resbale, que caiga, que se malogre. Pero ya sé que el tiempo nos arrebata a todos, incluso a los niños, que nunca parecen crecer.
Mamá

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