domingo, 27 de septiembre de 2015

La madurez de la juventud

Ayer, mientras paseaba en bicicleta con mi abuela junto a la orilla del río, no podía evitar pensar en las arrugas que se formaban en sus manos al intentar agarrar con fuerza el manillar de su Orbea verde pistacho. Sus dedos huesudos y pálidos, coloreados por el azul de las venas que se insinuaban en su piel, me recordaban lo delicada que se vuelve la vida cuando una quiere vivirla. Caduca, endeble e incluso ridícula.


A sus 79 años, mi abuela ha decidido ser joven. Ha rescatado su bicicleta, la que usaba de niña para ir a la escuela, y se ha sentado en ella para recuperar todo su tiempo perdido. Y es que, tras superar el cáncer, ha decidido dejar de lado, como ella dice, esos gestos de viejo derrumbado y aventurarse a vivir la vida de nuevo.

Se ha comprado una agenda para organizar sus actividades y no permite que en ella haya un día en blanco. El cine, el teatro, el campo, la playa… cualquier actividad es capaz de entusiasmarla. Los sábados por la tarde están reservados para mí, para su nieta, que cada día le invita a realizar una cosa nueva. No importa cuál, sólo importa cómo. “Yo, como los jóvenes”, me dice.

Entonces, veo cómo brillan sus ojos diminutos bañados de entusiasmo y pregunta inocente con la ingenuidad de una niña el porqué de esto y de lo de más allá. Y observo sus manos, que tan frágiles se me antojan cuando intento abrazarlas. Y sonrío cuando sus labios esbozan sonrisas, porque su cara parece descubrir por primera vez lo que significa sonreír. Porque su cuerpo menudo pero apasionado parece estar experimentando de nuevo todas esas primeras veces como si nunca antes las hubiese vivido.

Por eso, al observarla en aquella bicicleta ajada por los años, que parecía la antítesis de su inmarchitable actitud, no pude evitar pensar en la embriaguez que le producían todos esos nuevos momentos. En lo feliz que se sentía siendo niña por dentro, en la indiferencia que le producía ser vieja por fuera.

Cuando nos sentamos en el parque a descansar del paseo en bicicleta, sacamos del bolso las magdalenas que previamente habíamos cocinado, y a las que tuvimos que poner empeño, gafas de aumento y mucha, mucha paciencia. Un mantel de cuadros sobre el césped, para emular los picnic de los cuentos, era perfecto para merendar.

Un hombre mayor, quizás más joven que ella, no sabría decir, se acercó hasta nosotras más que decidido y comenzó a conversar animadamente con mi abuela con una tonta excusa sobre el olor de nuestras magdalenas. A veces una excusa basta como pretexto para empezar a andar.

A veces somos jóvenes y nos sentimos viejos. A veces somos viejos y nos sentimos jóvenes. A veces no somos ni jóvenes ni viejos, sólo sentimos. Y es entonces cuando tocamos la vida con los dedos, la agarramos tan fuerte como a un manillar de bicicleta y nos lanzamos pedaleando hacia el vacío; cuando saboreamos cada instante como saboreamos las últimas magdalenas que hemos cocinado a fuego lento junto a la abuela; cuando cerramos los ojos y nos dejamos llevar.

- Cariño, si no te importa, me voy con este hombre tan simpático a dar un paseo por el parque.

- Claro que sí, abuela, disfruta de tu juventud.


Eva Garrido. Texto finalista del XIV Certamen de Narrativa Breve “Mujeres mayores, grandes mujeres”.


domingo, 6 de septiembre de 2015

Dones en Art

Volvemos de las vacaciones con noticias sobre nuestra próxima participación con El espejo de la princesa. Esta vez, en el festival de Dones en Art "Ibéricas", que se celebrará en Valencia este mes de octubre. 

A la espera de que cierren la programación, os dejamos con un pequeño avance de quiénes son y qué hacen en esta asociación de mujeres con mucho, mucho arte, y donde caben la literatura, la música, el teatro, el cine y, sobre todo, la creatividad.

Visita Dones en Art.