Disculpa mi tardanza,
mamá, en escribir esta carta. La mudanza me ha tenido atareada mucho más de lo
esperado y, aunque reconozco no haber tenido tiempo para sentarme frente al
ordenador, no he dejado ni un momento de pensar en ti. Esto te encantaría.
Nueva York es
increíble. Inmenso, fascinante, espectacular, infinito… La ciudad absorbe,
engulle y te involucra de tal manera que moldea a su antojo las manillas del
reloj. De repente de día, de repente de noche; pero la actividad incesante no
da tregua a los recién llegados ansiosos por descubrir. Nueva York se nos
presenta tan colmada de estímulos que escasamente nos ha dado tiempo de
aterrizar.
Apenas he deshecho las
maletas, las cajas se me amontonan aún con enseres y recuerdos deseosos de
encontrar su sitio en el nuevo hogar. Las bolsas de ropas y sábanas, que
todavía huelen a Mediterráneo, aún no tienen ubicación entre los enormes
armarios de esta casa. Otro día te hablaré de los armarios. Tengo tantas cosas
que contarte…
Esta mañana, entre los
paquetes, encontré tu caja. La caja de
cartón que me enviaste en mi último cumpleaños. En ella vinieron conmigo los
pocos recuerdos de la niñez que pude traer volando, pero que aquí, al otro lado
del charco, y aún con la emoción del comienzo, parecen tantos… Enseguida tuve
que cerrar la caja para poder también apagar con ella las lágrimas que me
inundaron. Discúlpame de nuevo, mamá, que no parezca que quiero apagar los
recuerdos.
Son tantos los
sentimientos que me enfrentan. Y hoy, por fin, me siento a descifrarlos. Miedo
e ilusión, ansia y temor, añoranza y desapego, pesadumbre y excitación. Esta
ciudad se abre ante mí extraordinaria, insólita y llena de posibilidades. Todo
es vida, movimiento, ajetreo y aceleración. Pero estoy deseosa de acelerarme
con ella, apartar los miedos que en otro tiempo me hicieron correr, salir
huyendo, y absorber cada pedazo que la ciudad me quiera dar.
Me infunde,
también, un poquito de miedo. ¡Cómo no
iba a asustarme este gigante blanco que me engulle! Pero me dejo engullir
gustosa, en esta ciudad que nunca duerme, en esta urbe que tanto tiene. La
ciudad del éxito.
Cierro los ojos y
escucho el murmullo. No calla, no cesa, siempre indómito e incontrolable.
Porque ésa es la sensación que siento, que me muevo a partes iguales en la
metrópoli del control y lo incontrolable. Vivo en la ciudad de lo posible y lo imposible.
Y todo puede cambiar en cuestión de segundos. La ciudad de las oportunidades.
Y eso precisamente,
oportunidades, es lo que estoy segura voy a encontrar aquí.
Quedan aún por
contarte, mamá, tantas cosas nuevas. La casa, la ciudad, la gente, la vida… que
sólo consigo esbozar unos pequeños trazos en esta carta, para que puedas
hacerte a la idea. Me siento ilusionada, activa, entusiasmada. Entiende, por
eso, que aún no me atreva a pensar con claridad, que aún me asuste jugar con
los recuerdos de tu caja.
Quiero saborear los
nuevos momentos para poder encontrar el hueco que ocuparán en el cajón, junto a
los viejos. Quiero seguir llenando de esperanzas ese cabás en el que conviven
mis ilusiones, mis sueños y mis recuerdos. Ese baúl que traje conmigo cargado
de tu energía, tu apoyo y tu pasión. Y del que, de momento, sólo he podido
sacar un precioso tarro de cristal que contenía de agua de lluvia.
¡Gracias por el regalo,
mamá!
Eva
Yo de mayor, quiero una mamá como la tuya, Princesa.
ResponderEliminar¿Te ha gustado el capítulo, Javier?
EliminarYo quiero ser un papa como la mama de tu cuento. Muy bonito. Te sigo aunque no escriba. Me gustan mucho. Besitos
EliminarMuchas gracias! Me alegra saber que seguís la historia. Ya quedan pocos capítulos, seguro que os sorprende el final
Eliminar