Una nueva decisión precipitada. Mientras escribías la última carta, mamá, tu hija ya pensaba en abandonar el castillo. Mientras tu pluma trazaba en el papel mensajes de despedida, yo decidía definitivamente que había que huir. De nuevo, tu mensaje me llegaba mucho antes de recibirlo.
Así que ya hace días
que decidí hacer las maletas. Ahora ya lo sé. Es hora de abandonar esta tierra
de lunas llenas y aromas de azahar, de sabores salados que se palpan en el
ambiente, de húmedos inviernos que calan en la piel y calurosos veranos que no
consiguen saciar mi sed. Es momento de dejar atrás este castillo, morada de
tantos sueños, escenario de tantos cuentos.
Es tiempo de salir de
estos muros que me guardan, me protegen pero que ahora se cierran contra mí. Me
despido de sus fantasmas, de los insectos que entre ellos habitan, de los
muertos que saludan desde el espejo, de las notas que resuenan en los papeles
ocultos de esta casa.
Dejo atrás, sin pena,
dulces recuerdos de telas que acunaron mis sueños, las hojas de un guindo que
me invitaba a la vida, un sinfín de melodías que pronunciaban mi nombre junto
al calor del piano…
Cajas y cajas se
amontonan esperando encontrar nuevo destino. Mi príncipe y su carruaje llegaron
con sus últimas pertenencias a las que les sumamos otras tantas que aquí
acumulábamos.
Con todos nuestros
recuerdos al hombro, te escribo esta última carta desde mi castillo. A partir
de ahora se cerrarán las puertas y el eco de las vidas que aquí vivieron será
el único sonido que podrá escucharse. Y las próximas cartas que te escriba ya
no sabrán a azahar; cargarán los olores de un nuevo lugar en el que habrá que
comenzar de nuevo, no sin miedo, a inventar historias.
Un viaje precipitado,
loco, repentino. Lo sé. Pero las dos intuíamos este pronto abandono del
palacio. Y las dos sabemos también que nuevos sueños volverán a surgir entre
las paredes que me guarden. Porque los sueños se llevan a cuestas y éstos nunca
cesan tras un viaje. Al contrario, el trasiego los hace más fuertes, más
sólidos, más próximos si cabe. Espero que así sea y que tus palabras acompañen
de nuevo mis pasos.
Por cierto, mamá, se me
olvidaba: la próxima carta la remitiré desde Nueva York.
Eva
Me quedó la duda, ¿de donde escribía la Princesa que siempre había lunas llenas y aroma de azahar, de sabores salados que se palpan en el ambiente, de húmedos inviernos que calan en la piel y calurosos veranos que no consiguen saciar mi sed? ¿Qué lugar era ese?
ResponderEliminarUna ciudad imaginaria, junto al Mediterráneo. No tiene porqué situarse en ningún lugar concreto
EliminarMe da pena que la princesa huya de ese aroma hermoso a mar, espero que tenga suerte y sus sueños la acompañen.
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