La caja estaba descolorida, ¡y vaya si lo estaba! ¡Tantos años guardando mis juguetes! Totalmente desteñida, sí, pero escondía tantos recuerdos que su ruinoso estado apenas me importó. No pude contener las lágrimas al encontrar bajo las telas una pequeña parte de mí.
No recordaba que las madres suelen tener esas estúpidas
manías de guardarlo todo, hasta lo más innecesario, por los siglos de los
siglos, hasta que sus pequeñas princesas se sueltan de su mano y alzan el vuelo
lejos de casa. Incluso entonces, las madres siguen guardando los restos de
infancia de sus niñas, como si se tratara de simples fotografías plasmadas en
papel dispuestas a ser revividas.
Tengo que reconocer que lo que no sabía es que mi
madre, en este caso concreto, estaba siendo “una madre al uso”.
Armarios llenos de juguetes, disfraces, cuentos que
leímos y volvimos a releer… Las ropas que sobresalen de los cajones, los miles
de sombreros que abarrotan el perchero, narices de payaso, máscaras que dan
miedo, o antifaces que hacen reír… Mamá no sólo guarda en su castillo la
infancia de sus hijos, sino la vida de reina que también se construyó para sí. Lo
guarda todo en una habitación, en mi habitación preferida.
Entre esas maravillosas cuatro paredes que la gente
inconsciente se ha empeñado en llamar trastero, mi madre recopila una vida
llena de sueños.
Las escenas que nos hizo contemplar cientos de veces
mientras ella ensayaba sobre el escenario, los textos que memorizaba bajo el
agotador resoplar de la plancha, las teatreras buenas noches que nos dedicaba
al acompañarnos a la cama…
Mi madre guardó mi infancia en una caja de cartón
descolorida, la envolvió cuidadosamente entre telas, y la mando por correo por
el día de mi cumpleaños. Pero en esa caja también guardó sus felices días como
madre; mis juguetes, que son los suyos; y sus cuentos, que son los míos. Esa
caja que ha recorrido 600 km para felicitarme, ha venido con un poquito de esa
habitación en la que mi madre colecciona fantasías.
Eva
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