Mi muñeca de cartón que nunca tuve o que me duró un
instante, se rompió en mis manos sin darme tiempo a acariciarla. Dibujo
tu cuerpo con mis palabras. Una pequeña princesa, pausada, que a veces corre
con el viento, tan deprisa, que casi se le vuela su corona.
Lleva en la mano un
cabás de cartón y en su boca le crece un
oboe.
Princesa de cartón, como aquellas muñecas de cartón coloreadas, que siempre estaban desvaídas por el uso, suaves por sobadas y viejas por la querencia. Hermosas por todo aquello que los niños otorgaron al juguete.
Y
en tu nuevo cumpleaños, te enviaré una caja de cartón decolorada también; es tu
cabás de juguete, para que te acompañe y puedas guardar tu corona de quita y
pon.
Mi querida princesa, quisiera dar también a tu rango de pacotilla, un atributo más: la lealtad. Es en el devenir diario donde la lealtad con uno mismo se vuelve difícil, sin embargo en la soledad aparece incesante y atrevida. Es la honradez la que te permitirá quitarte de la cabeza cuadrada esas imposiciones que el cerebro nos obliga a tener. Por tu sinceridad en la última carta, te concedo en este mismo momento una etiqueta que cuelgue de tu corona de princesa. En ésta reza el siguiente texto “Lealtad, sin código QR”.
Ah, y olvídate de esa caja de cartón, que imaginas, pues la tuya está llena de sorpresas. Lleva dentro unos harapos que envuelven a una diminuta muñeca, al lado un gran caballero que su cabeza sobresale del envoltorio, podría ser: “El caballero de la cabeza pensante”.
Hoy otro cumpleaños, esta vez no crecieron las flores del cactus, el tiempo no las ha dejado florecer, en su lugar mis telas de araña adornan los rabos de ratón para esconder sus púas. Cuando mire la maceta me acordaré de ti. No olvides regar tus plantas. ¡Felicidades y que el viento te lleve a donde tú quieras!
Mamá
De nuevo mis ojos llenos de lágrimas enturbiaron mi visión
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