Me
atormentaban mis sueños. Quizás era por la cortina que había colocado sobre el
cabecero de la cama, que traía malas vibraciones en vez de funcionar como una
bonita decoración. Quizás, como ocurre con los campamentos indios, había
edificado en terreno equivocado y había provocado que los espíritus
interrumpieran mi sueño cada noche hasta que consiguieran librarse de mí.
Miedos,
inseguridades y qué se yo…. No conseguía dormir. Me envolvía entre las sábanas,
enredándome con ellas. También parecían estar en mi contra, mientras me absorbían
en su mortal tela de araña. Calor,
y después frío. Entre sueños, me volvía loca y perdía la cabeza. Se me hinchaba
y se me hacía grande, cada vez más grande, hasta que explotaba como un globo y
dejaba mis sesos aplastados contra la pared.
Y,
de reojo, la cortina, la maravillosa cortina de colores, que ondeaba satisfecha
sobre mi cabeza, me miraba con aires de suficiencia. “Te lo dije, parecía
decir, ni siquiera soy una cortina”. ¡Qué más daba! Cortina, hilo que cuelga,
tira de colores… A mí el nombre me daba igual. ¿Es que no lo entiendes?
Yo
sólo quería decorar mi habitación, hacer de mi rinconcito un templo del sueño.
O quizás algo menos presuntuoso, no importa. Que simplemente fuera un lugar en
el que sentirme cómoda para descansar. Y poder levantarme cada mañana pensando:
¡Qué bonito me quedó esa cosa que cuelga del techo y que decora alegremente mi
habitación! ¡Qué bien aprovechado estuvo ese día de lluvia tirada en el sofá
con los abalorios y las cuerdecitas!
Que
realmente fuera una especie de amuleto que protegiera mi sueño. No una baliza
que indicara que a partir de ahí uno entra en tierras enemigas. ¿Qué tipo de
cruzada se tiene que lidiar en mi cama todos los días al acostarme? Buenas
noches, comienza la batalla.
Uno
sabe que contra un campamento indio no hay nada que hacer. Que en la guerra
estáis solamente ellos y tú. Y que la obstinación sólo puede hacer más dura la
retirada. Pero “la cortina” era tan bonita… Al menos, para mí.
Es
difícil conciliar el sueño bajo el efecto hipnótico de los tambores de los
indios. Pero a veces uno consigue abstraerse y echar una cabezada….
¡Pipipi!
Suena el despertador. “Cariño”, me dice Pablo. “Despierta. Esta noche se ha
caído la cortina que pusiste sobre la cama. ¿No crees que sería mejor colocarla
en otro sitio?”.
“No.
No te preocupes, ahora mismo la vuelvo a colocar”, respondo yo con una sonrisa.
La testarudez también es difícil de quitar.
Eva
Eva
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