martes, 22 de enero de 2013

La princesa X: El palacio


Aquel palacio tenía un aire rancio escondido entre las paredes, sin embargo la luz y el mobiliario hacían brillar las estancias donde colgaban unos hilos invisibles llenos de besos y abrazos. Otros amantes habían vivido en aquel lugar, que a la princesa enamoró. 





Los espacios se llenaron de besos, abrazos y también de gritos. Un viejo palacio puede albergar cualquier escándalo. La pared donde habían reposado los amantes guardaba un crimen inconfesable. El arquitecto del palacio, amante más de los hombres que de las bellas damas, había enamorado al encargado de construir su nicho de amor, éste al creer no ser correspondido enloqueció y mandó traer a un séquito de cucarachas para espantar del castillo a su desleal amante. Ambos pelearon apasionados con ahínco, corriendo uno detrás de otro, hasta que el arquitecto celoso y trastornado  le dio un gran golpe en la cabeza y cayó inerte al lado de la futura cama de amor. 


Pudo emparedarle entre la sala y el dormitorio, un muro más grueso disimuló el cuerpo troceado minuciosamente entre los ladrillos. 
Los amantes huyeron a Europa y allí quedó aplastado el verdadero amor del arquitecto. 
El oboe sonó en sus labios y aquella  vez la caña se rompió entre sus dientes. Su príncipe trajo su piano intacto y tras rodar y rodar por palacio, un lugar escondido cobijó sus teclas. Aún más escondido quedó el oboe de la princesa, esperando a sonar por la noche. Sus notas lloraron al atardecer, mientras su madre en la distancia escuchó sus gritos. No tardó en llegar a palacio y la luz de sus paredes ensombreció al cadáver de la pared. Mientras las dos se miraban y recorrían el castillo, un halo de silencio y un frío recorrían sus cuerpos disimulando el escondite del muerto. Una cucaracha aparecía disecada en la sala, era grande y rojiza, ésta podía ser la señal del séquito que dormitaba entre los ladrillos ensangrentados. Una sonrisa histérica crecía con la mueca de la madre y al mirarse ambas descubrieron el crimen atroz que sospechaban. 
No dijeron nada. Callaron mientras la madre barría tranquilamente el coleóptero y la hija cocinaba para inaugurar el nuevo reino. La cena transcurrió entre bromas  y sonrisas, deleitándose no sólo de los primeros manjares en palacio, sino también escondiendo el posible crimen. 
El arquitecto creador de la mansión tenía un gusto exquisito, así  la pared que escondía a su amante era redonda y sinuosa, ofreciendo una paz en el ambiente, en el que sólo la pequeña princesa y su madre sabían esconder aquel muerto. 
A la mañana siguiente, unas nuevas cucarachas habían paseado por la sala y la nueva inquilina de palacio disimuló aquella imagen, pero no pudo reprimir contar su sueño. Su amado tocaba el piano y el resto de sus visitantes disfrutaron de aquellos cánticos que bien podrían ser fruto de unos gritos silenciosos de la noche. 
No debes preocuparte, le dijo su madre al despedirse, en todos los palacios hay mazmorras, tienes que aprender a vivir entre ellas. Ah! y cuida mucho al séquito de cucarachas, porque entre ellas siempre hay vida.

Mamá

 

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