Descanso en una terraza de la gran ciudad,
saboreo un café riquísimo con olor a canela que me recuerda a las tardes de
frío que pasábamos en casa, frente a la lumbre, los días de Navidad. Me relajo
y pienso cuán lejos queda ahora mi vida, mis recuerdos, mi gente. Cierro los ojos
y evoco el olor a leña quemada, aromas a lavanda en tus armarios y rosas recién
cortadas en tus jarrones. Abro los oídos y escucho el silencio, el cantar de
algún grillo a lo lejos, pero sobre todo el silencio.
Por fin Nueva York me
deja tiempo para pararme a respirar.
Y afloran los recuerdos
de mi infancia, que con tanto mimo guardo entre las telas de mi niñez. Resurgen
los sabores, los sonidos, los olores que tan difícil se me hacen encontrar
aquí, y a los que intento, incansablemente, buscarles cara entre las caras de
la gente que pasea anónima, indiferente, por las aceras.
Me siento en esta
terraza cada tarde a rememorar el olor de mi inocencia, de la vida de la
princesa, del fantasioso mundo de su reina. Me dejo llevar por los recuerdos de
tu cuarto de disfraces y dejo volar tus cuentos muy alto, tan alto como los
rascacielos que me rodean, para que puedan ver la luz del sol.
Me pongo sombreros, me
los quito, me los vuelvo a poner. Cada vez más extravagantes y escandalosos, y
me miro al espejo con ojos de niña mala y me río con maléfica tranquilidad. No
me preocupa. Tus excentricidades aquí pasan desapercibidas. Y me siento libre,
extravagante, pero libre. Y siento que llevo encima siempre conmigo una pequeña
parte de ti.
La niña cándida e
inocente que se marchó tan lejos se siente fuerte, segura, valiente. Se siente
más reina que princesa. Y quizás sea tu ausencia, por este gran mar que nos
separa, la que me haga creerme fuerte para llenar tu vacío.
Y aunque es cierto que
una madre siempre ve a su niña como la princesa que fue, mi corona sigue
pareciendo extraña ante la silueta de la gran manzana. Quizás tengas razón y tu
pequeña haya empezado a hacerse mayor. Tú siempre descubres mis pasos antes de
que yo los dé. Tú siempre tan bruja, tan adivina. Y yo, tomo prestado tus
atuendos y me encuentro entre la gente disfrazada de reina en Nueva York.
No corras mamá, no hay
prisa. Tus recuerdos ya han encontrado su sitio. Yo los paseo conmigo, porque
aquí no hay miedo a jugar. Aquí siempre habrá un espacio para ti. Y tú siempre
serás la reina.
Eva
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