Hoy te escribo desde los jardines de palacio,
escuchando la brisa de la noche. El arce y los abedules resuenan a mí alrededor, no hay luna, pero el silencio
de la noche se rompe con un frío viento que hace cantar a los árboles y aquí,
tan cerca de tus abuelos, recuerdo su última historia.
De nuevo una madre
recuerda sus inicios de vida conyugal.
También ellos tuvieron cucarachas en sus
primeros aposentos. Cuenta la abuela que, de noche, cuando volvían a casa, una
manta de cucarachas cubría el suelo del dormitorio. El miedo y el asco que le producía,
la hacía dudar de aquellos inicios. ¿Por qué tenemos cucarachas en nuestros
palacios? Es la ciudad que vomita la basura de los transeúntes. En el campo
otros animales se alimentan en la tierra. En la ciudad los grifos escupen
cucarachas, vienen de los bajos comerciales buscando alimentos de los nuevos
inquilinos. Cuando éstos aniquilan los enjambres, buscan otros colonos y así
sucesivamente.
Ya es hora de partir, tus bichos, tus muertos, ya no
dicen nada, ya no crujen tras las paredes, tu palacio se está quedando vacío,
insonoro e insulso. Debes ir a buscar otros sueños, porque aquellos ya se han
cumplido. Huye y deja tus recuerdos en el cabás y si no caben, intenta guardarlos en las maletas, algunas no se
abrirán nunca y otras se destartalaran por los caminos.
Desde mis aposentos de reina donde el jardín florece
en tu ausencia, la noche nos llena de amor y de susurros, uno de ellos es tuyo,
siempre tan cerca.
Te ayudaré en el viaje sin rumbo, un periplo a lo
desconocido te liberará, y mis manos
invisibles te abrazaran, te agarraran para que no te escapes, para que
estés siempre conmigo. Pero mis manos no
pueden hacerte prisionera, ellas te acariciaran en las noches tortuosas con mis
susurros, con mis besos. Tienes que seguir sintiéndolas cerca, aunque estés tan
lejos. Como en mi vientre, te cantaré, te acariciaré sin tocarte.
Mientras tu príncipe se tambalea en un gran barco
cruzando el océano para traerte un carruaje, tú sueñas con volar aún más y más
lejos. Intuía tu huida, pero nunca pensé que estuviera tan cerca. Te diré
adiós, casi en un instante, casi sin tocarte, para que no sientas mis lágrimas,
para que te vayas feliz en su carruaje y su música te llene de amor.
Vete, vete muy lejos princesa, que yo siempre estaré
contigo y mis susurros te acunarán en la distancia. Y allá cuando estés lejos, seguiré sintiéndote cerca.
Mamá
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