domingo, 26 de enero de 2014

Cuerpo 12

Cuerpo 12. Candara. Así fluye mi cabeza. Y aquí en este lugar, una de las cosas que me permiten es escribir y sumar. Sumo cada día los botes de cristal que mi madre cogió del arca. Los sumo, primero los que ella traía en sus manos, unas manos frías y huesudas, que pocas veces acariciaron. Esas manos con artrosis deformadas por la edad. Se le caen los botes y yo los cojo al aire. 


Cuento. Sólo son cinco y muy grandes, hay que buscar más, le digo. Al momento ella acarrea otros cuatro. Al verle imagino tener nueve, sólo me quedan 3 para el cuerpo 12. Pero el tamaño de la letra es más grande que el número de botes, entonces recuerdo que dentro del frigorífico había más, aunque rellenos de mermelada y salsa de tomate. Son 7 los que ya se llenaron el día anterior. Con nueve botes puedo empezar la faena. Pienso también en los que tengo en mi casa, son 14, creo. De esta forma, tendría nueve vacíos, siete en un frigorífico y 14 en el otro. Veintiuno. Si consigo hacer los nueve que tengo vacíos, tendría 29. No es un número muy adecuado para tomar mermelada o salsa de tomate. Debería encontrar otro más y así sería múltiplo de tres, de 5, de 10 y de 15. Mientras, paseo por mi celda que tiene tres metros por 2,5 m. Si consigo pasear con mis pies juntos por la parte larga de la habitación tendría 30 pies, 10 por cada metro de la habitación y 25 pies por la parte más corta. De tal forma que tendría 55 pies. 

 
Esta soledad me hace restregarme la cara, emborronarme el rostro de babas y lágrimas. Mi pared, que parece opaca, está visible por la parte de fuera, es así como me vigilan. No hay barrotes, hay cristales. Como los cristales que cayeron en el segundo viaje que mi madre realizó para la búsqueda de los otros cuatro botes.

Aquellos cristales me invitaron a utilizarlos, pero así rasgados por el golpe, nunca más podría hacer mermelada ni salsa de tomate. Sólo podrían romper la monotonía de embotar. Los cogí con mucho cuidado y rasgué las venas de mi madre. Quise agarrarme a sus manos, quedármelas para siempre, para acariciarme los días de lluvia. Cuento los días de lluvia al mes y son muy pocos para mis caricias, pero si cuento los días de lluvia al año y los coloco uno al lado del otro, suman 53, siguen siendo pocos. Necesito más. 


Entonces, mientras mi cabeza suma los días de lluvia, mis dedos cuentan los pedazos de cristal que necesitaría para quedarme con las manos en un instante. No han sido suficientes, tendría que haber roto más botes. Con mis largos dedos conseguí coger 12 cristales, que se me clavaron en mis manos, venosas e infladas. Atrapados consiguieron saltar la sangre de mis gruesas venas, me froté la cara para cerciorarme que era un buen cristal y así enmarañada en la sangre conseguí agarrar a mi madre, quería sus manos para mí. Cayó en el suelo al lado de los 23 cristales que aún quedaban por recoger. Los barrí y conseguí que mi madre se desangrara en solitario.

Cuento los pies que tiene mi habitación 30 por 25, entonces tengo 75 pies para pasear. Llevo contando los pies desde hace dos años, 5 meses y 27 días, en realidad en estos 897 días, aún sigo sin comprender por qué cuando escribo elijo el cuerpo 12.


Pilar Bayón

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