miércoles, 11 de diciembre de 2013

La princesa XXXIII: Nueva York


Disculpa mi tardanza, mamá, en escribir esta carta. La mudanza me ha tenido atareada mucho más de lo esperado y, aunque reconozco no haber tenido tiempo para sentarme frente al ordenador, no he dejado ni un momento de pensar en ti. Esto te encantaría.

Nueva York es increíble. Inmenso, fascinante, espectacular, infinito… La ciudad absorbe, engulle y te involucra de tal manera que moldea a su antojo las manillas del reloj. De repente de día, de repente de noche; pero la actividad incesante no da tregua a los recién llegados ansiosos por descubrir. Nueva York se nos presenta tan colmada de estímulos que escasamente nos ha dado tiempo de aterrizar. 



Apenas he deshecho las maletas, las cajas se me amontonan aún con enseres y recuerdos deseosos de encontrar su sitio en el nuevo hogar. Las bolsas de ropas y sábanas, que todavía huelen a Mediterráneo, aún no tienen ubicación entre los enormes armarios de esta casa. Otro día te hablaré de los armarios. Tengo tantas cosas que contarte…

Esta mañana, entre los paquetes,  encontré tu caja. La caja de cartón que me enviaste en mi último cumpleaños. En ella vinieron conmigo los pocos recuerdos de la niñez que pude traer volando, pero que aquí, al otro lado del charco, y aún con la emoción del comienzo, parecen tantos… Enseguida tuve que cerrar la caja para poder también apagar con ella las lágrimas que me inundaron. Discúlpame de nuevo, mamá, que no parezca que quiero apagar los recuerdos. 

Son tantos los sentimientos que me enfrentan. Y hoy, por fin, me siento a descifrarlos. Miedo e ilusión, ansia y temor, añoranza y desapego, pesadumbre y excitación. Esta ciudad se abre ante mí extraordinaria, insólita y llena de posibilidades. Todo es vida, movimiento, ajetreo y aceleración. Pero estoy deseosa de acelerarme con ella, apartar los miedos que en otro tiempo me hicieron correr, salir huyendo, y absorber cada pedazo que la ciudad me quiera dar. 

Me infunde, también,  un poquito de miedo. ¡Cómo no iba a asustarme este gigante blanco que me engulle! Pero me dejo engullir gustosa, en esta ciudad que nunca duerme, en esta urbe que tanto tiene. La ciudad del éxito.

Cierro los ojos y escucho el murmullo. No calla, no cesa, siempre indómito e incontrolable. Porque ésa es la sensación que siento, que me muevo a partes iguales en la metrópoli del control y lo incontrolable. Vivo en la ciudad de lo posible y lo imposible. Y todo puede cambiar en cuestión de segundos. La ciudad de las oportunidades.

Y eso precisamente, oportunidades, es lo que estoy segura voy a encontrar aquí.

Quedan aún por contarte, mamá, tantas cosas nuevas. La casa, la ciudad, la gente, la vida… que sólo consigo esbozar unos pequeños trazos en esta carta, para que puedas hacerte a la idea. Me siento ilusionada, activa, entusiasmada. Entiende, por eso, que aún no me atreva a pensar con claridad, que aún me asuste jugar con los recuerdos de tu caja. 

Quiero saborear los nuevos momentos para poder encontrar el hueco que ocuparán en el cajón, junto a los viejos. Quiero seguir llenando de esperanzas ese cabás en el que conviven mis ilusiones, mis sueños y mis recuerdos. Ese baúl que traje conmigo cargado de tu energía, tu apoyo y tu pasión. Y del que, de momento, sólo he podido sacar un precioso tarro de cristal que contenía de agua de lluvia. 

¡Gracias por el regalo, mamá!

Eva

4 comentarios:

  1. Yo de mayor, quiero una mamá como la tuya, Princesa.

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    1. ¿Te ha gustado el capítulo, Javier?

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    2. Yo quiero ser un papa como la mama de tu cuento. Muy bonito. Te sigo aunque no escriba. Me gustan mucho. Besitos

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    3. Muchas gracias! Me alegra saber que seguís la historia. Ya quedan pocos capítulos, seguro que os sorprende el final

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