miércoles, 13 de marzo de 2013

La princesa XVI: Tristemente...


Tristemente las madres también se rompen, no sólo rompen los papeles, sino que en ocasiones los pierden. Y aunque esa reina poderosa calma las lágrimas de la princesa, también  se desmorona y   muchas veces es la niña la que hace crecer a una madre deshojada. 

Imagino tus aposentos  y tú, mi princesa pululando, sonriendo entre colgajos, tus sonidos y tus papeles. Y es así como sueño tu vida. Pero necesito creer en imágenes irreales para apaciguar todos aquellos sueños que aún no se han hecho realidad. Y tú fuiste uno de mis sueños, que aún sigue creciendo y creyendo en él. Por eso puedo cambiarlo a mi antojo, porque cuando quiero es real y cuando deseo es imaginario. 

Tristemente las madres también lloran y el llanto que tú escuchaste se fundió con tu primer llanto, el tuyo para respirar y el mío para descansar.  ¡Cuántos más y cuantas sonrisas! 
No hay que escribir nada, no hay que hacer nada, silencio, ese silencio que tú rompías con el oboe, o ese silencio que se apagaba con las palabras de un cuento. Nada. No hay que escribir nada, ya se encarga el tiempo de tintar tus días desde el amanecer hasta la noche, pero esos días que parecen que no escriben nada son preludios de grandes tormentas, algunas estallan en tu corazón arrebatando el silencio más hermoso y otras destrozan cada molécula de tu cuerpo, destruyendo ese orden que nunca parecía acabar. Cada célula se envenena y hay que destruir ese malestar, a veces con fantasías y otras dormitando hasta que todo vuelve a la monotonía. 
Es necesario esconder  en las mazmorras los oscuros preludios de la muerte, y con tal frialdad dar la cara, pero siempre algún rostro puede permanecer escondido. Porque yo también escondo amantes detrás de las paredes y sueños prohibidos. 
No pidas imposibles a la reina, porque cuando está roto su cuerpo cae en penumbra y sus brazos se hunden en el fango, su cara se ensucia con lágrimas oscuras y todo su cuerpo se derrumba en el barro, como una niña perdida. Y ésta corre despavorida en la calle, y aunque hay luz siente miedo. ¿Cómo puede una madre sentirse tan indefensa? Siento tener la osadía de romper los papeles como tú, mi niña y siento aún más escribirte estas palabras. Por eso sueño con quimeras y prometo  en mi próximo relato caer en el fango de la fantasía y meterte miedo para que corras, como yo de niña, para que nadie te atrape. 
Y rompiendo la tristeza, recuerda siempre que nunca  he  sido “una madre al uso”.

Mamá 

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